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Algenex galardonada por la Asociación Española de Científicos

Oct 15 2018

Algenex ha sigo galardonada en la 21ª edición de las Placas de Honor de la Asociación Española de Científicos. El premio ha sido recogido por José Á. Escribano, socio fundador y director científico de la compañía.

Discurso de entrega  a cargo de Rafael Blasco Lozano, del Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria

Estimados colegas y amigos,

Quiero empezar agradeciendo a la Asociación Española de Científicos (AEC) y a su presidente su petición para que presente a Algenex, una de las empresas galardonadas hoy. Algenex es una empresa relativamente joven. Surgió hace algo más de diez años a partir de un grupo de investigación del departamento de Biotecnología del Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria liderado por José Ángel Martínez Escribano.

En esta breve intervención me gustaría destacar algunos aspectos de esta empresa y de sus iniciadores, José Ángel Martínez Escribano y su esposa, colega investigadora y cofundadora, Covadonga Alonso.

El primer aspecto es que Algenex es producto de una idea innovadora. De una idea que, dirigida a la finalidad principal de generar vacunas, permite producir proteínas en insectos utilizando virus como herramientas; que nace de la doble condición del doctor Escribano de veterinario y virólogo, y que se apoya de forma fundamental en esos dos pilares personales. Por un lado, su formación como veterinario y su cercanía al campo de la salud animal y las vacunas. Por otro, su investigación sobre un viejo amigo común de nuestras respectivas tesis doctorales, el Virus de la Peste Porcina Africana, un virus de gran tamaño que, sin duda, le encaminó a entender y utilizar uno de los grandes virus de insecto, los baculovirus. Quizá sin esa conjunción de experiencias aderezada de grandes dosis de ilusión, la andadura de la empresa no hubiera siquiera comenzado.

La tecnología de Algenex permite la producción eficiente y a un coste asumible de proteínas recombinantes. Convierte los insectos en pequeñas biofactorías que producen esas moléculas tan complejas y plegadas de un modo tan preciso que son las proteínas. Hoy en día, las proteínas derivadas de patógenos representan una herramienta fundamental para producir vacunas y métodos de diagnóstico, aunque producirlas normalmente requiere biorreactores complejos que están fuera del alcance de muchas empresas. Así, la aportación de Algenex cubre un importante problema en la elaboración de dichas vacunas y métodos de diagnóstico.

Quiero resaltar que la idea motriz de la empresa ha sido generada en el contexto de un Organismo Público de Investigación. En las últimas décadas, los que nos dedicamos a la investigación hemos oído hablar repetidamente de la transferencia del conocimiento, y hay que constatar que, a pesar de algunos avances –y honrosas excepciones–, estamos todavía en mantillas en cuanto a facilitar la transmisión del conocimiento desde la investigación pública al tejido empresarial. En este sentido, Algenex es una interesante singularidad. Ha sobrevivido después de crecer desde cero en el laboratorio, y en el proceso ha sufrido, estoy seguro, todas o casi todas las dificultades burocráticas y políticas previsibles, e incluso puede que algunas no previsibles. Pero, ese no es el tema de hoy.

La última característica de Algenex que quiero destacar es su compromiso con la innovación continuada. Cuando digo que esta realidad empresarial es producto de una idea, podría parecer que esa idea es fija, estática. Nada más lejos de la realidad. Después de optimizar el sistema de expresión de baculovirus y perfeccionar un sistema de producción de proteínas en larvas, la empresa –junto con la imaginación y la tenacidad de su fundador– no se detuvieron ahí. El paso más reciente a la utilización de crisálidas ha abierto nuevas posibilidades, convirtiendo a esta tecnología más escalable y más robusta.

Por último, una pequeña mirada al futuro. Si la tecnología de Algenex ha evolucionado de utilizar larva a crisálida, a la vez que la empresa también se transformaba de una micro-empresa a una mini-empresa, podemos preguntarnos que nos queda después. Pues esperemos que, como en las crisálidas, se esté gestando una nueva fase, llena de potencialidad creadora y fecundadora, que dé lugar no sólo a una creciente Algenex ya adulta, sino también a una progenie de empresas que, por gemación –o quizá por emulación– sigan los pasos de la aplicación de la ciencia y el uso del conocimiento.

Respuesta del galardonado, José Ángel M. Escribano, Socio Fundador y Director Científico de Algenex

En primer lugar, quiero agradecer a la Asociación Española de Científicos (AEC) y, en particular, a Enrique de la Rosa, este premio que significa mucho para Algenex por el reconocimiento de la labor científica de la empresa y sus valores éticos. También quiero agradecer la cariñosa y generosa presentación que Rafael Blasco ha hecho sobre nuestra compañía.

No quiero centrar mi breve discurso en hablar solamente sobre Algenex, la empresa que fundé junto con la Dra. Covadonga Alonso años atrás. Hoy quiero empezar hablando sobre dos palabras que significan mucho para mí y para todos los científicos emprendedores en general. La primera es «escepticismo». Si yo les digo que doblando 42 veces un folio conseguiré que el papel tenga un grosor equivalente a la distancia de la tierra a la luna, seguramente ustedes se mostrarán escépticos. Hagan el ejercicio en casa con un lápiz y papel duplicando valores desde 1 milímetro. Es difícil creer en que de algo tan pequeño pueda surgir algo tan grande.

Esta reacción de escepticismo que han tenido la mayoría de los lectores de este discurso es la que misma que se genera normalmente en un inversor cuando un científico emprendedor trata de venderle su idea. Cuanto más disruptivo sea el proyecto, mayor escepticismo generará. El escepticismo es la primera barrera que hay que romper para que alguien apueste por desarrollar una empresa tecnológica, siempre pensando que de algo embrionario inicialmente podría surgir algo grande.

Además, en nuestro entorno geográfico se tienen dificultades añadidas dado que los europeos somos menos soñadores que los americanos y carecemos de esa ingenuidad que les permite pensar que todo es posible. Nosotros mismos, los científicos, somos especialmente escépticos, o si no, que alguien pregunte al científico medio español si piensa que su ciencia permitirá algún día generar riqueza económica o mejorar la vida de las personas de alguna manera. Casi nunca trabajamos en el laboratorio con esta perspectiva. Recuerdo perfectamente cuando en los inicios de Algenex visité a un fondo de inversión en Madrid y les expliqué que podíamos producir vacunas de última generación en insectos a modo de biofactorías, en lugar de utilizar complejos biorreactores. Una de las personas presentes me miró con asombro, cuchicheó algo a su jefe y tuve la sensación de que ambos tenían la impresión de que les estaba contando un juego de magia. Lo importante de esta historia es que, al final, conseguí que invirtieran en la empresa.

El escepticismo es en gran medida el causante de que no haya tradición inversora o emprendedora en España. Aunar Ciencia y Negocio en un objetivo común no es tarea fácil, pero hay que creer firmemente en ello para tomar los riesgos que implica. Entre científicos e inversores o empresarios hay mucho escepticismo y muchos prejuicios. En general, se considera que el científico está inhabilitado para dirigir o desarrollar una empresa. Yo, personalmente, creo que los científicos tenemos la visión, la capacidad de ejecución y la inventiva suficiente para hacerlo, siendo estos valores muy importantes para generar empresas disruptivas. En cualquier caso, todos estamos de acuerdo en que la Ciencia es crucial para el futuro económico de las naciones modernas y los científicos son los que desarrollan la ciencia y, por tanto, son los actores imprescindibles en la nueva economía.

Los políticos de nuestro país que son también bastante escépticos con lo que la Ciencia aporta, y han de habilitar los instrumentos necesarios para facilitar la conexión entre Ciencia y Economía. Me gusta explicar a los estudiantes de la universidad que los científicos tienen que perseguir un conocimiento que merezca la pena ser investigado y que este debe ser convenientemente justificado, puesto que la Ciencia es una inversión, pagada en gran medida con nuestros impuestos. Estoy seguro de que, si los científicos supiéramos explicar y justificar mejor nuestra ciencia, los inversores la entenderían mejor e invertirían más fácilmente en empresas de base tecnológica. Romperíamos parte de su escepticismo innato a creer que la Ciencia se puede convertir en Economía y se producirían más casos de éxito, que a la postre son los que mueven a aquellos que tienen la capacidad de crear nuevas empresas.

Hablemos ahora un poco de la segunda palabra, «resiliencia». Decía un famoso periodista americano que «aquel que inventó la primera rueda era un idiota y que el que inventó las otras tres, era un genio». En realidad, no es sólo una ocurrencia graciosa, sino que representa una realidad para las empresas tecnológicas. Los científicos emprendedores con frecuencia tienen que inventar no solo la primera, sino también las tres ruedas que faltan para hacer que su descubrimiento llegue a la sociedad. De alguna manera, hay que tener una segunda vocación que añadir a la primera de investigar y es la de aplicar y desarrollar, teniendo una visión realista de negocio. Finalizar un producto tecnológico hasta llevarlo a mercado es un proceso largo, lleno de obstáculos y que requiere mucha Ciencia, pero a la vez mucha capacidad de soportar el maratón que supone el desarrollo comercial de esa ciencia. Se necesita ser muy resiliente para acometer esta tarea.

Nuestras universidades deberían ser buenas escuelas de resiliencia para preparar a los estudiantes a que afronten un mundo real lleno de dificultades, para que nuestros jóvenes vean estas más como retos personales y emociones al alcanzar los objetivos soñados y perseguidos. En un reciente viaje a China coincidí con un holandés. Cuando le pregunté por qué había dejado de ver aparatos de la marca Philips en las tiendas de electrónica, me explicó que la empresa está situada junto a una universidad que se ha especializado en equipos electrónicos médicos y que, por tanto, Philips desarrollaba ahora mayoritariamente estos equipamientos. Interesante ver cómo una universidad llega a tener esta influencia sobre una empresa tan grande como esta.

Francamente, no veo que nuestras universidades o centros de investigación en España influyan de igual manera en nuestras empresas. En mis clases de Máster o seminarios en la universidad, me sigue sorprendiendo comprobar que los alumnos no reciben formación sólida en emprendimiento. Es desolador preguntar en una clase de alumnos de último año del grado o de Máster, quién se ha planteado fundar algún día su propia empresa. Quizás se necesite una asignatura de cómo ser resiliente y arriesgado profesionalmente. Yo siempre he tenido el sentimiento personal de que los retos profesionales te hacen más feliz que los salarios recurrentes de un puesto fijo de funcionario.

Las vacunas son una de las innovaciones médicas de todos los tiempos que más vidas han salvado, a pesar de que su uso no está todo lo extendido que debería. Sin embargo, producir estas vacunas es un proceso altamente complejo, en el que impactan múltiples factores. Conseguir un lote usable de vacuna puede costar hasta 3 años de trabajo, y pequeños cambios en el proceso, a veces de manera accidental, pueden ocasionar desabastecimiento del mercado.

Por eso, la simplicidad y robustez de los sistemas productivos son factores muy importantes. Algenex ha desarrollado tecnologías que reducen costes y simplifican enormemente los procesos de producción de vacunas de nueva generación. Nuestra tecnología estrella usa biocápsulas naturales (pupas de un insecto) capaces de producir más de 100 dosis vacunales mediante un proceso no estéril y fácilmente implementable y escalable. Es, por tanto, una tecnología ideal para países en vías de desarrollo en los que es extremadamente complejo y caro instalar factorías basadas en complejos biorreactores. Las vacunas biotecnológicas que se obtienen en nuestras biocápsulas están incluso hoy en día fuera del alcance tecnológico de muchas empresas farmacéuticas de tamaño medio en países desarrollados. Facilitar el acceso al mercado biotecnológico a estas empresas para competir con las grandes corporaciones, contribuye de alguna manera a democratizar la tecnología, disminuyendo el elitismo tecnológico.

Algenex ha cerrado recientemente una importante ronda de inversión con fondos internacionales y posee contratos con compañías farmacéuticas importantes para desarrollar y producir vacunas animales, la primera de las cuales estará en el mercado a finales del año próximo. De los inicios con tecnología tupperware, en la que nuestras biofactorías naturales se producían en simples cajas de plástico, a la actual, en la que los procesos están escalados, robotizados y validados, hemos experimentado una gran evolución. Se han tenido que desarrollar los procesos biológicos, la ingeniería del sistema y el modelo de negocio. En estas tres facetas puedo decir que los fundadores y empleados hemos aprendido mucho, y a pesar de los momentos difíciles en los que pagar las nóminas era la principal preocupación, ahora vemos cómo hemos conseguido llegar a ser una empresa con un posicionamiento internacional y en fase de crecimiento.

Quiero destacar que esta empresa se ha construido no solo con el esfuerzo de sus fundadores, sino también con el esfuerzo de todos sus empleados, los cuales tienen un grado de compromiso excepcional. Quiero agradecer en esta oportunidad su dedicación y su talento innovador. El factor humano es importantísimo en nuestra empresa. Nos queda mucho por andar empresarialmente hablando y quizás algún día podamos realizar el sueño de ver cómo nuestra tecnología ayuda a mejorar la salud de personas y animales en países en desarrollo, contribuyendo de alguna manera a mejorar la vida de las personas más desfavorecidas económicamente. Ilusión no nos falta. Este reconocimiento nos hace sentir que el esfuerzo realizado estos años ha merecido la pena y es un importante incentivo para todos nosotros saber que una sociedad científica de alto prestigio como esta lo valora.

Muchas gracias de nuevo en nombre de los fundadores y empleados de Algenex por el reconocimiento de la AEC.